

Las lluvias de estos dos días en la zona norte de PBA, especialmente en Zárate y Campana, que generaron un verdadero caos hídrico que involucra a cerca de un millón de personas, son un calco de lo ocurrido en La Plata el 2 y 3 de abril de 2013. Cayeron los mismos milímetros y afectaron a la misma cantidad de personas.
En aquella oportunidad, dolorosa y no tan lejana, se habló mucho de las obras que no se habían hecho, como ahora en el norte de PBA. Sin embargo, en La Plata se puso en marcha un impresionante programa de obras para evitar que se repita la tragedia y se gastaron millones de dólares.
Sin embargo, lo que nadie dice es que tanto cuando se creó el proyecto, durante la gobernación de Daniel Scioli, como luego cuando se ejecutó, en la gestión de María Eugenia Vidal, no se tuvieron en cuenta dos ítems fundamentales. Primero, no derivar todos los desagües a un solo arroyo, y segundo, ampliar la desembocadura del arroyo en el río.
Pero vamos por parte, como dijo Jack. La Plata tiene dos grandes arroyos que terminan en el río: El Gato, que recorre de oeste a este la zona norte de la capital bonaerense, donde viven los sectores más acomodados económicamente y el Maldonado, que recorre en el mismo sentido la zona sur platense, donde habitan los más pobres.
En lugar de ampliar los caudales de ambos arroyos, y derivar los canales y desagües de toda la ciudad en mitades, una parte a El Gato y otra al Maldonado, permitiendo un escurrimiento más fluido y evitando desbordes, decidieron agrandar el lecho de uno solo de ellos, el arroyo El Gato, llevando casi todos los cursos de agua de La Plata hacia allí.
Entonces, El Gato pasó de 30 a 60 metros de ancho en gran parte de su largo y zigzagueante recorrido, encorsetado en piso y paredes de cemento hasta 7 y 514. Pero, desde allí hasta su desembocadura en el Río Santiago, en Ensenada, en un trecho de varios kilómetros, sigue teniendo 30 metros de ancho por 1 de profundidad y carece de cemento y obras de infraestructura.
Por su parte, el Maldonado, que desemboca en el Río de la Plata en las costas de Berisso, sigue siendo estrecho, lleno de basura y ramas que impiden su normal escurrimiento y recibe casi la misma cantidad de agua que antes de 2013, por lo que a los habitantes de la zona sur platense solo les queda rezar para que no vuelvan a llover 400 milímetros en pocas horas. Allí murieron ahogadas gran cantidad de personas, aquel fatídico 2 de abril de 2013.
Pero volvamos a El Gato: a partir de su ampliación recibe más cursos de agua en su lecho y por lo tanto mayor caudal. Sin embargo, en una tonta y arriesgadísima jugarreta de María Eugenia Vidal y sus secuaces, intentando perjudicar a su archienemigo, el intendente de Ensenada Mario Secco, dejaron la desembocadura y el trayecto que pasa por el partido ribereño, finito como pestaña de perro.
Lo que no lograron entender (o sí, y no les importó), es que llevar gran cantidad de agua en 60 metros de ancho y 4 de profundidad hasta el límite con Ensenada y allí continuar hasta el río con la mitad del ancho y un cuarto de hondo, es literalmente catastrófico, pero no para Ensenada, sino para La Plata.
Y eso en términos normales, o sea cuando llueva en La Plata pero el río esté bajo. Si en cambio, como suele ocurrir muchas veces en otoño especialmente, aunque ocurre también en el resto del año, una lluvia copiosa entre las diagonales se dé justo con el río alto o mucho peor, durante una sudestada, sacar el agua de la capital de PBA va a resultar una tarea imposible.
“Nadie se salva solo”, eternizó acertadamente El Eternauta. Si La Plata pretendiera salvarse tirándole el agua a Ensenada (cosa que no está en el ánimo de los platenses, aclaro), esta no sería la fórmula ideal. De esta manera, si el río alto coincidiera con una lluvia importante en la zona, una parte del agua inundaría campos y tal vez unas 50 casas en Punta Lara.
Pero en La Plata haría un desastre similar al de 2013, porque el río alto actúa como un tapón hídrico y las aguas de La Plata permanecerían en sus calles hasta que baje el río, para luego bajar lentamente dado el bajo caudal que puede transportar El Gato en el trecho final hasta su desembocadura. Una verdadera locura de gobernantes que se cagan en todo.