

Los partidos políticos tradicionales van a paso acelerado perdiendo su razón de ser. No ofrecen identidad, debate, contención, representación, ni propósito.
Milei triunfa no porque haya construido una base política y social nueva, ni porque ofrezca un modelo institucional diferente, o porque represente a un actor social determinado; triunfa por el simple hecho de que las fuerzas políticas se desintegraron.
La política entró en crisis, allí donde había partidos y liderazgos, hoy prevalece la confusión, el vacío y la inmovilidad. Peor aún donde había ideas, quedó el cálculo mezquino e intenciones carentes de acción o sustento.
El éxito de Milei es el síntoma del fracaso de los demás.
El insulto y el grito más fuerte en medio del caos. Y en un sistema político sin brújula, el grito más ruidoso es el que capta la atención y define el rumbo.
Frente esto, la recomposición de los partidos políticos es necesaria para fortalecer la democracia y la representación ciudadana.
Como instituciones clave en un sistema democrático, deben adaptarse a los cambios sociales, tecnológicos y políticos, para seguir siendo relevantes y efectivos, sirviendo como puente entre la sociedad y el gobierno, facilitando la participación política, expresando el pluralismo y aglutinando diversas posturas para influir en la toma de decisiones.
“Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático“, así lo ha definido la Constituyente de 1994 en el art 38 de la Constitución Nacional y es tarea de la dirigencia política evitar que esa premisa quede en letra muerta.