

El movimiento obrero argentino despidió esta semana a una de sus figuras emblemáticas: José “Pepe” Santa María, histórico dirigente del Sindicato Único de Trabajadores de Edificios de Renta y Horizontal (SUTERH), falleció a los 91 años. Su nombre no sólo quedó asociado a la construcción gremial durante las décadas de la posdictadura, sino que también fue pieza clave en la ingeniería política que consolidó al peronismo en la Ciudad de Buenos Aires. Padre de Víctor Santa María, actual secretario general del gremio y presidente del Partido Justicialista porteño, Pepe supo tejer poder desde las bases sin perder el contacto con los laburantes.
Una vida ligada al ascenso del sindicalismo peronista
Pepe Santa María no fue un burócrata más del sindicalismo argentino. Fue un constructor político con ADN peronista, formado en las trincheras del trabajo real: ese que se hace entre los pasillos, calderas y consorcios de los edificios porteños. Desde ahí, fundó y condujo durante décadas el SUTERH, consolidando uno de los gremios más sólidos del país, tanto en afiliación como en infraestructura social.
En los años 80, cuando el país salía de la dictadura y el sindicalismo buscaba reconstruirse sin perder la calle, Santa María ocupó un rol de reordenamiento. No sólo impulsó convenios colectivos, también generó una red de mutuales, centros de formación, colonias, hospitales y espacios recreativos para los trabajadores del sector. Ese modelo fue después replicado por otros gremios.
En los pasillos del peronismo porteño, todos sabían que si había que sentarse a ordenar una interna o destrabar un conflicto con el gobierno de turno, era Pepe el que tenía el teléfono de todos. Su estilo era más reservado que estridente, pero su capacidad para armar mesas, tejer acuerdos y ubicar nombres en las listas le daba un peso real. No era un dirigente mediático: era un operador, de esos que hacen política sin buscar el título.
Durante los gobiernos peronistas, supo mantener diálogo fluido con los distintos sectores, incluidos Néstor y Cristina Kirchner. Aunque nunca ocupó cargos electivos, fue uno de los que sostuvo con discreción el armado del Frente de Todos en CABA. Muchos recuerdan que sin su apoyo, la consolidación de figuras como su hijo Víctor o el propio crecimiento del Grupo Octubre —con medios, centros culturales y universidades— hubiera sido imposible.
Pepe no sólo dejó una estructura consolidada, sino una herencia directa: Víctor Santa María, su hijo, es hoy uno de los dirigentes más influyentes del peronismo porteño. Desde la conducción del SUTERH, pero también desde la presidencia del PJ Capital, el director del Grupo Octubre y consejero de la UBA ha desplegado una red de medios, educación y cultura con impacto nacional.
Ese traspaso generacional entre padre e hijo no fue casual: fue resultado de una estrategia sindical pensada a largo plazo, donde el gremio no fuera sólo un lugar de defensa salarial, sino un actor de peso en la política, la comunicación y la disputa cultural.
En un tiempo donde la política está dominada por discursos de ruptura y polarización, la figura de Pepe Santa María contrasta. Fue un dirigente que apostó por la construcción paciente, por el diálogo entre sectores, por la ampliación de derechos. Su modelo sindical fue integrador: no buscó el conflicto permanente, sino el crecimiento colectivo. No por eso fue menos combativo: simplemente entendía que la fortaleza se construye con organización, no con slogans.
Su muerte deja un vacío en el mapa gremial, pero también una pregunta: ¿quiénes tomarán la posta de los constructores? ¿Qué sindicalismo vendrá en esta etapa de ofensiva contra los derechos laborales, con un gobierno nacional que busca desarticular las estructuras históricas del trabajo organizado?
El fallecimiento de Pepe Santa María no es sólo la despedida de un dirigente. Es la clausura de una etapa del sindicalismo argentino que supo combinar organización, poder territorial y lealtad peronista. Desde la portería hasta los salones de la política, su legado queda vivo en las instituciones que construyó, pero también en la manera de hacer política: con cintura, con trabajo de base y con memoria. En tiempos de ajuste, precarización y discursos antisindicales, su figura se vuelve aún más necesaria como referencia de otra forma de construir poder desde el trabajo.