

Una reciente encuesta nacional de la consultora Giacobbe, realizada entre el 24 y el 28 de julio de 2025 sobre 2.500 casos en todo el país, confirma una tendencia que se consolida: la clase política argentina atraviesa una profunda crisis de legitimidad. A pesar de liderar la intención de voto de cara a las legislativas, el presidente Javier Milei, apodado “Jamoncito”, registra una imagen negativa del 48,3%, superando por primera vez su imagen positiva, que cayó al 44,1%.
Pero el problema es estructural. El rechazo social no se limita al oficialismo. Los principales referentes de la oposición, lejos de crecer, se hunden aún más en el descrédito. El gobernador bonaerense Axel Kicillof cuenta con solo 27,8% de imagen positiva, mientras su rechazo alcanza el 54,8%. Cristina Fernández de Kirchner, expresidenta y figura clave del kirchnerismo, posee la misma imagen positiva que Kicillof (27,8%) pero una negativa aún mayor: 56,6%.
En el caso del expresidente Mauricio Macri, su figura parece desvanecerse incluso del recuerdo colectivo: apenas 19,7% lo ve positivamente, 50,1% negativamente y un 6% ni siquiera lo reconoce. Este fenómeno no sólo evidencia la pérdida de confianza, sino también una desconexión generacional y emocional con los votantes.
En cuanto a la intención de voto, La Libertad Avanza encabeza el escenario con un 40,2% a nivel nacional, seguido por el kirchnerismo/peronismo con un 31,3%. El PRO aparece muy debilitado, con 6,7%, y el radicalismo casi desaparece con un 1,4%. Más de 14% de los encuestados se declaran indecisos o directamente reacios a votar por cualquiera de las opciones actuales.
En la provincia de Buenos Aires, la situación refleja el mismo desgaste: LLA y PRO, en alianza, alcanzan un 40,9%, seguidos de cerca por la “Fuerza Patria” con 38,8%. Sin el respaldo del PRO, el oficialismo no podría competir por fuera del conurbano. La izquierda, los partidos locales y los votos en blanco o nulos completan un escenario de fragmentación, apatía y rechazo.
La encuesta pone en evidencia una crisis política que no es coyuntural, sino profundamente estructural. El “que se vayan todos”, grito popular que marcó el colapso institucional de 2001, vuelve a resonar dos décadas después. La política se ha vuelto un espacio sin representación real, donde el voto castiga más que elige, y la esperanza es reemplazada por la resignación.