

El mundo atraviesa lo que el politólogo Larry Diamond denominó hace más de una década como una “recesión democrática”, una tendencia que no solo se mantiene, sino que se profundiza. Según el informe 2024 del Índice de Democracia de The Economist Intelligence Unit, el promedio global descendió a 5,17 puntos sobre 10, el nivel más bajo desde que se realiza la medición en 2006.
De los 167 países evaluados, 130 naciones (78%) experimentaron retrocesos o estancamiento. Este deterioro es especialmente alarmante en un año en el que más de la mitad de la población mundial fue convocada a elecciones, lo que demuestra que el simple acto de votar no garantiza la salud democrática.
El diagnóstico revela que apenas 25 países son considerados democracias plenas, lo que equivale a un 7% de la población global. En el otro extremo, 39% de los habitantes del planeta vive bajo regímenes autoritarios, consolidando un panorama en el que las libertades y la participación ciudadana retroceden frente al ascenso de líderes con rasgos autocráticos.
América Latina ilustra esta tendencia: la región acumula nueve años de deterioro consecutivo, con Uruguay y Costa Rica como únicas democracias plenas. Por el contrario, Haití, Cuba, Venezuela y Nicaragua figuran entre los regímenes autoritarios, mientras que países como Paraguay, México, Ecuador o El Salvador son clasificados como híbridos.
Europa Occidental, en cambio, se consolida como el faro democrático. Los países nórdicos, junto a Suiza y Nueva Zelanda, encabezan el ranking gracias a su combinación de transparencia institucional, participación ciudadana y libertades civiles. Sin embargo, incluso potencias tradicionales como Estados Unidos y Francia son catalogadas hoy como “democracias defectuosas”, lo que revela la magnitud de la crisis global.
El retroceso democrático no se explica únicamente por el auge del populismo, sino por fallas estructurales en los sistemas representativos: desconfianza en las instituciones, creciente polarización, erosión de las libertades civiles, desigualdad social y manipulación política a través de las redes sociales y la desinformación. La consecuencia es el fortalecimiento de liderazgos personalistas que socavan los contrapesos institucionales.