Algo pasó puertas adentro del Gobierno y no fue menor. En apenas 24 horas, una reforma que venía con negociaciones silenciosas terminó en una marcha de la CGT y en una interna feroz dentro del gabinete de Javier Milei. ¿Qué cambió de un día para el otro? La respuesta está en un nombre que hoy genera ruido propio: Federico Sturzenegger.
El envío de la reforma laboral al Congreso expuso una pelea que hasta ahora se mantenía bajo control. El ala política del Gobierno apunta directamente contra Sturzenegger, a quien responsabilizan por haber roto el vínculo con la cúpula de la CGT, que finalmente llamó a una marcha contra el proyecto cuando, hasta el día previo, esa posibilidad no estaba definida.

El ministro de Desregulación fue quien empujó los artículos más duros contra las cajas sindicales. Lo hizo incluso cuando, en teoría, la CGT participaba del armado de la reforma a través del Consejo de Mayo, donde tenía representación Gerardo Martínez, jefe de la UOCRA. Esa mesa buscaba consensos. Pero algo se quebró.
Martínez decidió no asistir a la última reunión. El motivo: el enojo por la inclusión de dos puntos clave para los gremios. Uno eliminaba la cuota solidaria y otro flexibilizaba la cuota de afiliación. Ambos tocan el corazón del financiamiento sindical. Ante el conflicto, el Gobierno dio marcha atrás de forma parcial: sacó el primer artículo y moderó el segundo. Fue presentado como un “gesto” de Milei hacia la CGT.
Ese gesto no fue casual. Fue el resultado de una negociación política encabezada por Martín Menem, Santiago Caputo y Diego Santilli, que buscaban evitar una ruptura total con los sindicatos. La idea era clara: que la reforma laboral avance, pero sin dinamitar el vínculo con la CGT. En la vereda opuesta quedó Sturzenegger, respaldado por Patricia Bullrich, decidido a avanzar sin concesiones.
Lo llamativo fue el nivel de exposición de la interna. Por primera vez, casi todos los sectores del oficialismo quedaron alineados contra Sturzenegger. Incluso Manuel Adorni había dicho un día antes que los temas sindicales quedarían para más adelante. Esa postura también sugiere que Karina Milei no veía con buenos ojos un choque directo con la CGT.
Pese a eso, Sturzenegger considera que ganó la pulseada. Celebra haber dejado restricciones que, según su visión, debilitan las cajas sindicales. El proyecto limita el cobro de cuotas solidarias a trabajadores no afiliados y establece que no habrá retenciones salariales sin consentimiento expreso. Además, apunta a que esos aportes se negocien empresa por empresa y no a nivel de toda la actividad.
También se elimina la obligación de que las empresas actúen como agentes de retención de la cuota de afiliación, salvo autorización del trabajador, que además podrá dejar de aportar con mayor facilidad.
Por último, se incluyó una baja del aporte patronal a las obras sociales, del 6% al 5%. Ese punto impacta de lleno en las obras sociales sindicales y todo indica que el costo terminará recayendo en los trabajadores.