Muy pronto, la señora Silvina Batakis, La Griega, nos remite políticamente más al turbulento período de Erman González, el Cantante de Boleros, en el Ministerio de Economía de los ‘90, que al período de Remes Lenicov, El Sicario Tierno de los dos mil, el que despejó el camino para lucimiento de Lavagna, La Esfinge.
Comparar a Batakis con el Gómez Morales de los ‘70, antecedente de don Celestino, es, incluso, una exageración cruel.
Batakis se hace abnegadamente cargo, como aquel Erman, de una economía imposible y en banda.
Fue después de dos años de carencia total de conducción.
Por la ausencia del ministro con plan y por presencia de presidente sin liderazgo ni capacidad para decidir.
La Griega heroica no tiene, como sustento, un presidente con espalda que la banque.
La improvisaron como parche para mover la carrindanga del gobierno durante algunos kilómetros con la cubierta gastada.
De todos modos Batakis se encuentra más preparada que Martín Guzmán, El Chapito.
Fue quien le vendió a Alberto innumerables espejitos de colores que le compró, en principio, también La Doctora, el Papa, y acaso hasta el propio Stiglitz, el real encargado de fabricar (los espejitos).
Hoy, por haber enfrentado a La Doctora, Guzmán colecciona ponderaciones.
La Doctora es depositaria del odio como objeto de los sectores sensibles de la sociedad.
Los que se sintieron rápidamente decepcionados con Alberto. Le habían atribuido la fantasiosa misión, casi emocionante, de destruirla.
Pero Alberto no pudo o no quiso. Entonces tampoco lo perdonaron. Lo dejan flotar.
Los Buscapinas de Wall Street perciben el penetrante olor a calas que emite, desde Argentina, el gobierno de La Doctora que preside Alberto, definitivamente quebrado desde que El Chapito se le fuera.
En su insaciable estilo epistolar, La Doctora ya le había revoleado a Alberto unos cuantos inofensivos colaboradores.
Desde la presentable señora Losardo al enigmático rosquero Pepe Biondi.
Y hasta al capacitado intelectual Kulfas, Trotsky.
Pero ningún revoleado lo vació tanto a Alberto como Guzmán. Los espejitos comprados lo hicieron quedar como un gil.
Los Buscapinas de Wall Street suelen ofenderse cuando se los cataloga como buitres. Por adquirir los bonos globales de Argentina a 18 centavos de dólar. Para negociarlos después con la algarabía del próximo gobierno relativamente racional que irrumpa para reestructurar la habitual catástrofe recibida.
Abundan los buitres más audaces que esperan que la cotización aún baje más. Les resultan caros los bonos a 18 centavos, una extravagancia en los anaqueles, donde los bonos de la Ucrania invadida se ofrecen a 23 centavos.
El aroma preventivo de las calas induce a aguardar que los bonos lleguen, en la pendiente, a menos de 10 centavos.
Basta, para hacerlo posible, con un par de concentraciones con los miles de desposeídos.
Proliferan los sagaces que creen que el desfile de miserables tropas desvencijadas, orientadas por la izquierda y financiadas por el Estado, logra conmover a los funcionarios del Fondo Monetario Internacional.
Complementos del doble fracaso. El del Tercer Gobierno Radical de Macri, y el del desperdiciado Tercer Gobierno de La Doctora, que por error recayó en Alberto.
Mientras tanto la degradación se acelera. De ser paulatina, pasa a ser ferozmente abrupta.
La Doctora siente que todo se desmorona y pelea admirablemente contra los molinos de viento de la Justicia.
No va a ser fácil llevársela puesta. Se impone el indulto para los jefes de Estado elegidos democráticamente.
Pero La Doctora no se conforma. Prefiere la reparación histórica. Los homenajes. La absolución de la historia.
Alberto se desgasta entre vacilaciones, entusiasmos elaborados y baladas.
Prefiere aferrarse a la cumbre con Joe Biden. Aguantar hasta el día del diálogo de los dos estadistas con el boleto picado.
A Biden le queda compasión, tan solo, para uso personal.
Y Sergio, la última bala que permanece en la recámara del gobierno sin fe, espera.
Aunque ya sea, tal vez, demasiado tarde.
Cuesta tratar el raquitismo del país al borde de la quiebra cuando se tiene 33 millones de toneladas de soja sin rendir.
Se trata del monstruoso canuto que aguarda el momento ideal para ser abierto y expandirse.
Con un Banco Central que cuenta las monedas y los billetes que imprime. Cargado de libretas de fiado mientras se calcula, sin gran precisión, la persistencia de 350 mil millones de dólares vivos, ocultos en sigilosas latas del banco, o de la forma más imaginable.
La soja en los silos y los dólares en latas.
Para defensa propia de los gobiernos que no aportan siquiera la menor credibilidad.