La confesión de parte el ex consejero de Seguridad Nacional estadounidense John Bolton sobre el patrocinio de la administración Trump en varios golpes de Estado mostró apenas una parte de la labor hostil que tuvo en su larga carrera como funcionario de varios gobiernos republicanos, desde el tramo final de la Guerra Fría en adelante.
Para tener bajo su capa el poder político y operativo de derrocar a gobiernos democráticos por falsas vías institucionales, Bolton se valió de una extensa trayectoria durante la cual se destacó como uno de los más eficaces hostigadores anticomunistas y armadores de tramas atidemocráticas.
Si bien su militancia en el Partido Republicano data de la década de 1960, su primer papel dentro de la Casa Blanca lo ocupó durante la presidencia de Ronald Reagan. Ocupó un puesto en la Coordinación de Programas y Políticas de la Agencia para el Desarrollo Internacional, un think thank encargado de diseñar la estrategia norteamericana sobre los denominados países del Tercer Mundo, varios de ellos en procesos de salida de las dictaduras militares impulsadas durante los años ’60 y ’70 por Washington a través de Henry Kissinger.
Durante esos años en que esas naciones eran botines de la Guerra Fría, Bolton pasó a ser emisario de la Casa Blanca republicana en el Poder Judicial. En 1985 fue designado Fiscal General Adjunto de los Estados Unidos y ocupó ese puesto por tres años, hasta 1988.
No solo fue un confeso anticomunista sino también un belicista declarado que supo llevar su influencia al Capitolo, como operador político. Las biografías que refieren a él lo des criben como un personaje directo, intempestivo y hostil. “Adulador de sus superiores y abusivo con sus subordinados”, tal como lo definió el ex senador republicano Carl Ford
Luego sirvió en los Departamentos de Justicia y de Estado durante tres administraciones. Entre 1989 y 1993 fue Secretario de Estado Adjunto para Asuntos de Organización Internacional y luego titular del área de Control de Armas y Asuntos de Seguridad Internacional.
Desde allí y a través de sus contactos en Naciones Unidas (ONU), se convirtió en uno de los arquitectos de la invasión estadounidense en Irak. Ese logro le permitiría, dos años más tarde sentarse en el sillón de embajador de Estados Unidos ante el concierto de naciones.
No solo se sentó en la mesa chica para diseñar la ofensiva militar en Irak sino que, desde la diplomacia, tejió el paso a paso la estrategia de Washington para conseguir el consenso internacional que luego le permitió derrocar a Saddam Hussein, con la falsa acusación de que el ex líder irakí tenía armas de destrucción masiva en su poder.
Sin embargo, el contrapunto que tuvo con la Casa Blanca fue oponerse al cese de presiones a Libia, por entonces en manos de Muammar Khadafi, para eliminar el programa de armas de destrucción masiva del país.
En agosto de 2005 volvió a la Casa Blanca de la mano de George Bush hijo, que lo ratificó como embajador ante la ONU. Abogó desde allí la permanencia de Estados Unidos en Irak, las continuas intervenciones militares en países de Medio Oriente y la invasión en Afganistán, después de los ataques terroristas del 11M.
Una vez lejos del poder por el advenimiento de gobiernos demócratas, Bolton siguió influenciando el perfil hostil del Partido Republicano. Abogó por ataques preventivos contra Corea del Norte e Irán, dos países con capacidad nuclear. “La idea no es tener hostilidades mucho más grandes, sino impedir que los iraníes participen en las hostilidades que ya están haciendo contra nosotros dentro de IraK”, había dicho.
En 2015 publicó una nota de opinión en The New York Times en la que sostuvo que “para detener la bomba iraní, hay que bombardear Irán”. Luego de ello, pronosticó, “Estados Unidos podría realizar un minucioso trabajo de destrucción” de la mano de Israel.
La misma postura mantuvo cuando en 2018 Donald Trump lo llamó para ser Secretario de Seguridad de los Estados Unidos. Desde allí lideró los intentos de derrocamiento a Nicolás Maduro, en Venezuela, y siguió promoviendo lo que confesó en las últimas horas: “Ayudar a planear golpes de Estado en otros países”.